En éste espacio, buscamos dar lugar, a todos aquellos que de una forma u otra, ya sea desde la escritura, pintura, fotogafía o cualquier expresión artística; se hayan inspirado con el medio rural, su entorno y multiplicidad de actividades, paisajes y situaciones, de los cuales surgen, historias, imágenes, vivencias, que quieren ser contadas. Que éste espacio, sea un lugar de expresión a quien lo requiera, y de disfrute a quien lo aprecie…

Cuento Título: Elba no sabía. Autora: Alma Juele Pons (VER)

-ELBA NO SABÍA-

Texto de Alma Juele Pons.

Elba no sabía.¡Tantas cosas no sabía!

Elba, aún una niña, avanzaba hacia ser una hermosa mujer.

Elba, un poco mayor que nosotros, era nuestra compañera en la escuela del pueblo en los años cuarenta.

Elba no sabía que el humilde trabajo que realizaba era, o sería, un oficio. Las tareas en las tardes de cada verano por las que obtenía una magra ganancia, las hacía y no las cuestionaba.

Era empleada por María M., quien organizaba un incipiente negocio de elaboración y venta de dulces de frutas en el fondo de su casa.

La vivienda había sido construída por los abuelos en los primeros años del siglo. Era sólida, poco atractiva, pintada de un amarillo claro y con ochava en la esquina del predio; una sucesión de habitaciones unidas por dentro se abría a una galería con cocina y baño en sus extremos. Al fondo, un gran patio de tierra apisonada, sombreada por eucaliptus y la clásica higuera, se confundía con los terrenos que rodeaban el pueblo.

Nosotros éramos niños y jugábamos con el hijo de María, también compañero de clase; correteábamos por el terreno, entrando y saliendo de la casa y molestando a los mayores.

Promediando diciembre comenzaban a llegar los camiones desde las granjas vecinas, cargados con cajones de duraznos; entonces, el perfume que invadía el patio y las bellezas de esos primores de las cosechas pintados de rojos, naranjas y amarillos, nos llenaban de asombro, deleite y deseos de probarlos. Yo creo, aunque no podría asegurarlo, que Elba era tan sensible como nosotros al aroma, los colores y las promesas de dulzura que ofrecían los frutos.

Desde muy temprano, varias mujeres sentadas en bancos petisos, cortaban en tajadas finas los duraznos ya lavados, colocándolos en grandes recipientes con capacidad para uno o dos cajones. Toda la taréa se hacía en el patio de tierra al fondo del cual más tarde se armaría el fogón para la cocción.

Ésta se hacía en enormes tachos de cobre cuyo brillo rojizo reverberaba al sol de la mañana, luego de haber sido pulidos con una mezcla de sal gruesa y vinagre. El fuego era de leña de monte, preferida por su dureza y gran emisión de calor. Debía mantenerse constante debajo de un poderoso trípode donde se apoyaba el tacho. La larga paleta de madera dura pulida por los años, completaba el elemental equipo de los primeros tiempos.

Si bien los instrumentos eran simples, la elaboración de aquellos dulces no lo era tanto. Años de tradiciones familiares permitían a María manejarse con total eficiencia y obtener resultados exquisitos con sabor a “hecho en casa”.

Durante la cocción, dos tiempos eran claves, en qué momento agregar el azúcar y más adelante, cuándo el dulce había llegado a su punto para luego envasarse.

Elba colaboraba en todo, desde picar la fruta, lavar el tacho y arrimar la leña al fogón, hasta revolver la pasta en los fundamentales minutos anteriores a ser retirada del fuego; así llegó a dominar todas las etapas de la elaboración. Ella siguió trabajando con los hijos de María, de hecho su vida se centró en la fábrica que para entonces ya había crecido; los empleados se habían multiplicado y su fama se extendía por la región y por la capital.

Elba ahora sabía un oficio y poco a poco fue ascendiendo, pero sin embargo nunca llegó a un puesto directríz.

Pasaron los años y dejé de verla, pero supe que finalmente se había jubilado, o que la habían retirado, recibiendo una pobre retribución en nada acorde a sus larguísimos años de trabajo y fidelidad.

Elba no había formado una familia propia; no tuvo tiempo tal vez, aunque su hermosura y laboriosidad le hubieran valido pretendientes.

Sus padres y otros familiares habían muerto en el correr de pocos años. Su belleza de la plenitud de los años se había ajado. Vivía solitaria y humildemente.

Ya casi no salía.

Poco a `poco se la fue olvidando. Y un buen día, ella se fue.

Yo también la había olvidado, nunca sumé al recuerdo de aquella Elba, adolescente espléndida y compañera de juegos, un sentimiento de simpatía por la marchita mujer en que se había convertido.

Ella no supo que había contribuído con su labor constante y dedicada, a generar un oficio fundamental para el desarrollo del pueblo y especialmente para el de tanta gente que, gracias a su trabajo logró la casa propia.

Aquella fábrica de dulce se llamó y se llama LOS NIETITOS. Su planta industrial está en LA PAZ Colonia Piamontesa, departamendo COLONIA.

Alma Juele Pons